La Tristeza le cosió botones en los ojos,
para que la Alegría no visitara más su rostro;
luego le cerró la boca con una cremallera,
para que nunca más sonriera;
y finalmente, le despojó de alma
y vació su pe(na)cho de ilusiones y esperanzas
para que no abrigara ningún sueño vano
ni albergara fútiles promesas.
A continuación rellenó su cuerpo de paja y heno,
para que fuera ligero como el viento,
y dándole una última puntada,
lo re-vistió de trapo,
pintándole con sumo cuidado todos los rasgos,
para que nadie se apercibiera del cambio.
Y así,
convertido en un guiñapo,
triste y vulgar remedo de lo que antaño fuera,
fue pasando de mano en mano
hasta que un mastuerzo lo estrujó con tanta fuerza
que acabó por destrozarlo.